Comentario
CAPITULO XXVII
Fúndase la Misión de San Antonio de Padua.
Aquel ardiente celo de la conversión de los Gentiles en que se abrasaba el corazón de nuestro V. Fr. Junípero, no le permitía descanso ni dilación alguna en poner los conducentes medios para la consecución de sus intentos. Luego que concluyó el reconocimiento del Río Carmelo, y dejó en corriente los Operarios para el corte de maderas, se regresó luego a Monterrey, para disponer su viaje de la Sierra de Santa Lucía, a donde salió luego con los Padres destinados para Fundadores de la Misión de San Antonio; y llevando consigo todos los avíos necesarios para aquella nueva misión, y la precisa escolta de Soldados, caminaron para aquella Sierra, veinte y cinco leguas de Monterrey al viento Sur Sudueste; y habiendo llegado a la hoya de la citada Serranía encontraron una grande cañada, que llamaron de los Robles, por estar muy poblada de estos árboles, y pasaron el Real a ella.
Registraron el terreno, y habiendo hallado un Plan dilatado y vistoso en la misma Cañada, inmediato a un Río (que desde luego llamaron de S. Antonio) les pareció muy proporcionado sitio para el Establecimiento, por el buen golpe de agua que tenía aún en el mes de Julio, que es el tiempo. de las mayores secas; y asimismo que sin dificultad podrían darle conductos para el beneficio de aquellas tierras. Convenidos todos en la elección del terreno para el Poblado, mandó el V. Padre descargar las mulas, y colgar las campanas en la rama de un árbol; y luego que estuvieron en disposición de tocarse, empezó el Siervo de Dios a repicarlas, gritando como enajenado: "Ea Gentiles, venid, venid a la Santa Iglesia: venid, venid a recibir la Fe de Jesucristo" y mirándolo el Padre Fr. Miguel Pieras, uno de los dos Misioneros señalado para Presidente, le decía: "¿Para qué se cansa si éste no es el sitio en donde se ha de poner la Iglesia, ni en estos contornos hay Gentil alguno? Es ocioso el tocar las campanas. Déjeme Padre explayar el corazón, que quisiera que esta campana se oyese por todo el Mundo, como deseaba la V. Madre Sor María de Jesús de Agreda, o que a lo menos la oyese toda la Gentilidad que vive en esta Sierra". Construyeron luego una Cruz grande, que después de bendita y adorada enarbolaron y fijaron en aquel mismo sitio. Hízose asimismo una enramada, y puesta bajo de ella la mesa de Altar, celebró el V. Padre la primera Misa a San Antonio, Patrono de aquella Misión, el día 14 de Julio del año 1771, dedicado al Seráfico Doctor San Buenaventura. Presenció este Sacrificio Divino un Gentil que atraído del sonido de las campanas, o de la novedad de ver gentes tan extrañas, ocurrió allí a tiempo que se celebraba la Misa. Advirtiólo el V. Sacerdote al voltearse para el Pueblo para la Plática después del Evangelio, y rebosando de la alegría su corazón, la explicó en su discurso diciendo de esta manera: "Espero en Dios y en el patrocinio de San Antonio, que esta su Misión ha de ser un gran Pueblo de muchos Cristianos, pues vemos, lo que no se ha visto en otras de las Misiones fundadas hasta aquí, que a la primera Misa ha asistido la primicia de la Gentilidad; y no dejará ese de comunicar a los demás Gentiles lo que ha visto." Así sucedió, como veremos después, cumpliéndose perfectamente con el hecho las esperanzas de nuestro V. Padre, quien luego que concluyó la Misa, comenzó a acariciar y regalar al Gentil, con el fin de atraer por este medio a los demás, como lo logró aún en aquel mismo día, pues llevados de la novedad empezaron a concurrir; y habiéndoles hecho entender por señas (a falta de intérprete) que habían ido a avecindarse y vivir en aquellas tierras, dieron muestras de apreciarlo mucho, comprobándolo con las continuas visitas que les hacían, y regalos de piñones y bellotas que les traían, cuyas semillas y otras silvestres, de que hacen sus pinoles o harinas para mantenerse, cosechan con abundancia. Correspondía el V. Padre y demás a estos obsequios con ensartas de avalorios (o cuentas de vidrio de diversos colores) y asimismo con nuestras comidas de maíz y frijol, a que se aficionaron desde luego aquellos Infieles.
Inmediatamente se dió principio a construir, por de pronto de madera, casa para habitación de los Padres y Sirvientes, Cuartel para los Soldados, e Iglesia para el divino culto, cercando todas estas piezas con estacada para la defensa, y con escolta de seis Soldados y un Cabo para resguardo. Dentro de poco tiempo ya los Padres se llevaban la atención de los Gentiles, que les cobraron singular afecto, por el amor y cariño con que los trataban; y desde luego comenzaron a manifestar la confianza que hacían de los Religiosos, llevándoles sus semillas luego que levantaban las cosechas, y diciéndoles, que comiesen lo que gustasen de ellas, y el resto se los guardaran para el tiempo de Invierno. Así lo hacían los Misioneros con mucha complacencia, admirando en los Gentiles tanta confianza; y con la expectación de que sería mayor, cuando reengendrados por e1 Bautismo los mirasen como a verdaderos Padres. Quedó en el mismo concepto nuestro V. Fr. Junípero, al ver tan al principio semejantes demostraciones; y con esta confianza dejando a los citados Ministros en la Misión de San Antonio, se regresó para la de Monterrey, a los quince días de fundada aquella.
Instruidos los nuevos Misioneros por el V. Presidente, se dedicaron desde luego con el mayor desvelo a aprender con los niños el idioma de aquellos Bárbaros, para poder explicarles por este medio, que el fin de venir a sus tierras, era para dirigir al Cielo sus almas. Consiguiéronlo a costa de toda su aplicación; y habiendo empezado a catequizar bautizar, tenían ya a los dos años de fundada aquella Misión, que estuve yo en ella, ciento cincuenta y ocho Cristianos nuevos.
Entre ellos había (según me refirieron aquellos Religiosos) una Mujer, que nombraron Águeda, tan anciana, que según su aspecto, representaba tener de edad cien años. Fue ésta a pedir a los Padres el Bautismo; y habiéndole preguntado la causa de querer ser Cristiana, respondió, que siendo ella de corta edad, oía referir a sus Padres la venida a aquellas tierras de un hombre que vestía el mismo hábito que los Religiosos, el cual no había entrado ni a pie por tierra, sino volando, y que éste les decía lo mismo que ahora predicaban los Misioneros; y que acordándose de esto se había movido a ser Cristiana. No dando crédito los Padres al dicho de la anciana Mujer, se informaron de los Neófitos, y unánimes todos respondieron, que así lo habían oído decir a sus antepasados, y que era general tradición de unos a otros.
Al oir de los Padres esta noticia, me acordé luego de la Carta que en el año de 1631 escribió la V. M. Sor María de Jesús de Agreda a los Misioneros empleados en las espirituales Conquistas del Nuevo México, en que entre otras cosas les dice, que N. P. S. Francisco llevo a estas Naciones del Norte dos Religiosos de su Orden para que predicasen la Fe de Jesucristo (los cuales no eran Españoles) y que después de haber hecho muchas conversiones, padecieron martirio. Y habiendo cotejado el tiempo, me hice juicio, podría haber sido alguno de estos Religiosos el que decía la Neófita Águeda.
La citada Misión de S. Antonio (como tengo dicho) se halla situada en el centro de la Sierra de Sta. Lucía, distante de la Costa del Mar Pacífico como ocho leguas por la fragosidad del camino para la Playa, y está en la altura del Norte a 35 grados y 30 minutos, y distante, como veinte y cinco leguas del Puerto de Monterrey. Es el terreno bastantemente poblado de crecidos pinos, que producen abundancia de piñones (semejantes en todo a los de España) los cuales comen los Indios, causándoles por su naturaleza cálida algunos accidentes. Está poblado asimismo de grandes encinos y robles, que franquean a los Indios varios géneros de bellotas, las cuales después de secas al Sol, guardan todo el año para mantenerse, haciendo sus poleadas, y pinoles, para lo cual se sirven también de los zacates o hierbas que con abundancia les ministra el campo. No es menor la que hay de Conejos y Ardillas, tan sabrosas como las Liebres. Es mucha su fertilidad, y facilita abundantes cosechas de Trigo, Maíz, Frijol, y otras varias semillas de España, con que ahora se mantienen los habitantes.
El clima en tiempo de Verano es sumamente cálido, y en el Invierno frigidísimo por las muchas heladas que se experimentan; de suerte que un Arroyo que corre todo el año inmediato a las Casas de la Misión, se cuaja con ellas, quedando suspenso el curso de aquella corriente hasta que el Sol con sus rayos derrite el hielo; y por la misma causa suelen experimentarse notables quebrantos en las sementeras, principalmente en las de Maíz, y Frijol, si se siembran temprano.
Tan fuerte fue la helada que cayó el día primero de Pascua de Resurrección en el año de 1780, que una gran sementera de trigo, espigado ya todo y en flor, quedó tan seco como el rastrojo por el mes de Agosto. Fue este accidente de grande desconsuelo para los Indios, y mucho mayor para los Padres, considerando los muchos atrasos que se siguen cuando falta bastimento a la Misión, pues es preciso vayan los Neófitos por los cerros en busca de semillas silvestres para alimentarse, como cuando eran Gentiles. Avivando la fe los Padres, y confiando en el Patrocinio de S. Antonio, convidaron a los Cristianos nuevos para hacerle la Novena. Asistieron a ella todos con mucha puntualidad y devoción; y al empezarla, mandaron los Padres soltar el riego a las heladas milpas, que estaban enteramente secas. Dentro de pocos días advirtieron que nacía de nuevo, o retoñaba desde la raíz el trigo; y al acabar la Novena estaba ya todo el campo verde. Continuáronle el riego, y creció con tanta prisa, que a los cincuenta días, en el de Pascua de Espíritu Santo, estaba ya el trigo tan alto como el seco, con las espigas floridas y grandes, que granaron y sazonaron por el mismo tiempo que los años anteriores, lográndose una cosecha tan crecida, y de grano tan abultado, que jamás habían visto otra semejante. Reconociéndose desde luego obligados, así los Padres como los Indios, por tan especialísimo prodigio como Dios nuestro Señor se dignó obrar en su favor por la intercesión del Santo Patrono y Taumaturgo S. Antonio, le rindieron desde luego las más afectuosas gracias.
Este caso, y otros varios que omito por no abultar esta Historia, han contribuido mucho para confirmar en la Fe a los Neófitos, y que los Gentiles la abrazasen, como ha sucedido, excediendo el número de Cristianos de aquella Misión al de todas las demás, pues llegaron a contarse en ella antes de morir el V. P. Junípero mil ochenta y cuatro Neófitos, con lo que vio cumplida la esperanza que desde el día de la fundación tuvo en Dios y en el Patrocinio de San Antonio, que había de ser un gran Pueblo de muchos Cristianos. Así lo concedió el Señor a su Siervo Fr. Junípero verlo cumplido en los días de su vida, y que después de su ejemplar muerte vaya aumentándose cada día más el número de los Cristianos; y no dudo que en el Cielo pedirá a Dios (como me prometió poco antes de salir de esta vida) la conversión de todos los demás Gentiles que pueblan estos dilatados Paises.